“El hambre no espera” sentencia María Colipe, mejor conocida como Doña Maruca, mientras revuelve la olla de
estofado que alimentará a más de treinta personas entre niños, niñas, sus
madres, algunas mujeres solas, algún que otro joven.
El día empezó
temprano para Doña Maruca, como todos los días. Porque cuando se levanta,
primero recorre algunos mercados y panaderías del centro en busca de pan y
facturas que hayan quedado del día anterior para el almuerzo y la merienda. A
las 10 pone la olla al fuego para que dos horas más tarde los platos estén servidos
sobre las cinco mesas que ocupan el comedor.
Generalmente “las comidas tienen algo de carne picada o pollo” resalta
Maruca. “En otros comedores de suerte si tiene papa el estofado”.
Doña Maruca decidió montar el sitio 18 años atrás al ver que la mayoría de la gente que vivía y vive en los alrededores comía del basural que se encuentra cerca. “Yo salía y veía cómo raspaban el pan que estaba verde y lo calentaban al fuego. Era muy feo ver eso y ver que el Estado no hacía nada. Porque esto, lo que yo hago, le toca a ellos en realidad”. Doña Maruca, que muestra signos de vejez a sus 63 años, mira fijo hacia adelante, frunciendo un poco las cejas y arrugando la boca, llevando las comisuras de los labios hacia abajo, en expresión de pena.
Doña Maruca decidió montar el sitio 18 años atrás al ver que la mayoría de la gente que vivía y vive en los alrededores comía del basural que se encuentra cerca. “Yo salía y veía cómo raspaban el pan que estaba verde y lo calentaban al fuego. Era muy feo ver eso y ver que el Estado no hacía nada. Porque esto, lo que yo hago, le toca a ellos en realidad”. Doña Maruca, que muestra signos de vejez a sus 63 años, mira fijo hacia adelante, frunciendo un poco las cejas y arrugando la boca, llevando las comisuras de los labios hacia abajo, en expresión de pena.
El
comedor “El sol” se encuentra emplazado en el medio de una gran extensión de
tierra en el barrio Aeroclub. En el fondo están los animales; Maruca tiene
cinco perros, cuatro chanchos, un chivo y un caballo. Ella comenta que si las
donaciones no son suficientes, ella no tiene reparo en vender alguno de sus
animales para darle de comer a “sus niños”. El comedor se sustenta solamente con
las donaciones que recibe de entidades públicas y privadas. Maruca destaca las
donaciones (a nuestro parecer pocas) de una empresa petrolera que está a
algunos kilómetros del comedor, pero
nada del gobierno provincial ni municipal de Allen.
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